Las señales de la memoria es la transcripción de unas charlas mantenidas entre Juan José Sebreli y Orfilia Poleman en 1986. Debido a éste último hecho faltan en este libro referencias a las obras más importantes y ambiciosas de Sebreli como El asedio a la modernidad o Escritos sobre escritos ciudades bajo ciudades.
Hay muchos aspectos a destacar en este volumen, por ejemplo la notable y saludable capacidad autocrítica que tiene Sebreli, quien no tiene problema alguno en reconocer errores -algunos de ellos profundos- en trabajos, libros o formas de pensar anteriores; cosa ésta que le ocurre a todo el mundo, obviamente, pero que pocos están dispuestos a aceptar y mucho menos a declarar abiertamente.
Nadie puede dudar de la inteligencia ni del amplio y profundo nivel cultural que Sebreli posee, pero esto, a veces, juega en su contra, ya que por momentos -sobre todo en los primeros capítulos- esa misma capacidad y profundidad intelectual lo hace perderse en tediosas y extensas enumeraciones que no hacen otra cosa que entorpecer la lectura. Cuando Sebreli deja de lado estos asuntos y se pone a pensar y a transmitir esos pensamientos, el libro se torna interesantísimo, amplio, profundo, inteligente. Uno, quizás, pueda disentir con las ideas de este autor, pero no puede dejar de agradecer ni de admirar esa gran amplitud de conceptos que incluyen sus ideas. No podría ser de otro modo, podría decirse, ya que un verdadero pensador jamás sería dogmático ni determinante en su exposición; pero bien sabemos que la historia nos ha mostrado a varios de esos personajes que para tapar la debilidad de sus ideas no hacen más que intentar degradar a las ideas ajenas.
Hay un hecho que me llamó la atención y es que Sebreli dice cosas como: "No comparto la boga del barroco" (Pág. 62) o, en el siguiente capítulo: "Como en la historia de la literatura, también en la historia de las artes plásticas ocurre que los pintores de segundo orden son más representativos de su época y de su sociedad que los grandes [...] Por eso me dediqué a la búsqueda de pintores olvidados y aún desdeñados, ..." (Pág. 82). Quizás Sebreli tenga algo de razón, en realidad ese solo tema sería suficiente para todo un ensayo, pero me quedó la extraña sensación de que ese desdén por las grandes figuras artísticas en desmedro de las sedundarias se parece más a un vedettismo intelectual, a una forma de mostrar una cultura hiperdesarrollada, ya que muy poca gente -incluidos intelectuales de renombre- estarían en condiciones, no ya de refutar sino, siquiera, de opinar al respecto.
De todos modos, esta es una sensación mínima y pasajera; en líneas generales la mayor parte del libro es grato de leer, aunque uno no siempre esté a la altura intelectual de Juan José Sebreli.
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