Saturday, April 14, 2012

Días de infancia. José Pablo Feinmann


Días de infancia es la tercera entrega de la saga de Joe Carter, ese Boogie el aceitoso cruzado con Clint Eastwood, John Wayne, Edgard Hoover y algún otro que ustedes sumarán a su buen gusto y entender. Porque Joe Carter es eso: la suma que Feinmann (y cualquiera de nosotros, lectores intertextualizadores, si se me permite el neologismo) quiera o querramos darle al personaje. Feinmann usa (y seamos sinceros: a veces abusa, al menos en esta tercera entrega) de sus referencias a la cultura popular norteamericana. Éste es, quizá, uno de los puntos débiles de la novela: la constante referencia al cine, al comic, a la música norteamericana de mediados de siglo XX. el problema radica en que esas citas dben tener su espacio lógico dentro de la trama general, cosa que pocas veces Feinmann lo logra con fluidez (tal vez la excepción -lógica, por otra parte- sean las referencias al comic, ya que el Joe Carter que se nos presenta aquí, tal como el título de la novela nos lo dice, es el de la infancia, donde la avidez por se tipo de lecturas es inevitable). El texto es bastante más extenso que las dos primeras novelas de éste personaje: 500 páginas contra apenas 200 de Carter en New York o Carter en Vietnam, además está narrado en forma de monólogo, lo cual le permite a Feinmann extenderse a lo largo de páginas y páginas en tópicos que deberían ser tratados en forma un poco más breve. En cierto momento parece que el subconsciente del mismo Feinmann le avisa de que algo así está sucediendo (lo cual parece ocurrir un poco tarde, porque esto ocurre cerca de la página 400), ya que el mismísimo Joe Carter le dice al personaje femenino, Jennifer: bueno, basta ya, me aburres con tu cultura. El capítulo siguiente es una muestra del mejor Carter, pero después recae otra vez en algunas páginas donde las referencias se hacen algo tediosas. Quienes seguimos a Feinmann sabemos de su amor por las viejas películas americanas y por su fascinación con sinatra o con Mandrake el mago; pero como ya lo dije antes: si esas referencias no se ontroducen de un modo fluido, se vuelven pesadas, hacen más lenta la lectura y se corre el riesgo de caer en lo inverosímil (algo de eso ocurre cuando Jennifer le habla de filosofía a Joe, un chico casi analfabeto y tosco como una roca). La novela se mueve por carriles previsibles y lógicos, con una violencia constante pero menos explícita que en Carter en New York, por ejemplo (aún no he leído Carter en Vietnam), salvo algunos momentos que tornan a estas páginas en una gloriosa oda al salvajismo. Porque, vamos, hay que ser sinceros, eso es lo que estamos buscando, en definitiva. Violencia y violencia a lo Carter: injustificada (desde nuestro punto de vista, el de latinos mugrientos), cínica, divertida, lenta, dolorosa, cruel, satisfactoria. Pero está bien, Días de infancia no es lo mismo que las dos primeras novelas de Carter, es el compendio y la síntesis de su infancia y su justificación en tanto ser (caramba, qué poder tiene José Pablo que ya estoy escribiendo como él). Días de infancia es una buena novela de entretenimiento, aunque no del todo pasatista o vacía de cierto contenido extra. Lógicamente, ésta no es La sombra de Heidegger ni pretende serlo, pero alguna substancia podemos aprovechar entre tanto homenaje y decorado hollywoodense.

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